10 de noviembre de 2009

Luces de neón

Todo tiene su propio lenguaje. Al caer la noche, palabras se tornan susurros, que el viento esparce despacio para llevarlos lejos de nuestros pensamientos. Las miradas cansadas quieren volverse atentas, para vagar en el claroscuro de la música nocturna y las luces de neón.
El tiempo no pasa igual de rápido, las agujas del reloj adquieren un tic-tac distinto que cada persona siente como suyo.
En la penumbra, una madre espera impaciente a que su hijo vuelva, mientras él disfruta de una noche que quizá no tenga un final feliz, ajeno a los peligros que le guarda. Solo siente el ritmo y la gente, el vaivén de la vida que le mira burlona, mientras él bebe, baila y consume, ciego siempre a lo que le rodea.
Los amigos son fieras. Las amigas, presas. Nada le importa cuando cae la noche, solamente ve a través del humo de los bares y las piernas de las mujeres.
Cada dia que pasa es una noche más para experimentar, y mientras tanto, en casa, su madre espera.
Hasta que un da por fin el chico consigue lo que de verdad anhela, escapar por completo de la realidad.
No es un acto intencionado, pero su subconsciente sigue unas pautas irracionales marcadas por el desgaste de lo que ha vivido.
Su madre ya no espera más en casa, ahora él siempre está alli.
Las agujas del reloj vuelven a marcar su tic-tac, pero esta vez el frensí de la noche se convierte en algo aterradoramente lento, monótono e hipnotizante. No puede comprender cómo en cada golpe de reloj el tiempo se va, mientras fuera, en la intensa noche, miles de vidas se agitan al compás de lo que bailan, beben y consumen.

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